A principios del siglo pasado, en los años 30 el joven Herbert Johnson encargará un nuevo proyecto arquitectónico en la localidad de Racine a las orillas del lago Michigan en Wisconsin, con el objetivo de hacer un cambio a su empresa de productos de limpieza a una imagen de icono de modernidad y innovación. Para esto se dirigió a un veterano ya con más de setenta años llamado Frank Lloyd Wright, en una etapa en la que el arquitecto se dedicaba a la enseñanza de la arquitectura a unos pocos alumnos aventajados.
El nuevo proyecto que realizaría Wright tendría unas ideas innovadoras en el exterior y el interior del edificio con una concepción monumental y funcional para los usuarios y trabajadores de Johnson, aplicando su idea de arquitectura organicista.
Wright planea hacer un edificio opuesto al clasicismo, que era el estilo arquitectónico predominante que había en Estados Unidos en ese momento.
Organiza la disposición del edificio en dos volúmenes articulados, uno será la torre de la fachada de cristal, inspirada en los santuarios de los monasterios religiosos que se realizará diez años más tarde y albergará los laboratorios de la sede.
La otra parte del edificio será una gran sala hipóstila con de más de seis metros de altura donde se ubicarán las oficinas y los servicios administrativos con capacidad de más de doscientas personas y construida sobre columnas de hormigón armado con influencias orgánicas que nos recuerdan a hongos o nenúfares.
Sirvió como inspiración para renovar la tendencia en la arquitectura norteamericana, el arquitecto innovo en técnicas de iluminación y ventilación con espacios diáfanos y abiertos.
El edificio causo gran sensación y recibió muchas publicaciones positivas en los medios de arquitectura, igual que exposiciones en alguno de los museos con más repercusión de Estados Unidos.